El doctor en Filosofía analizó con Jorge Fontevecchia, editor del Grupo Perfil, el caso del asesinato de Fernando Báez Sosa e hizo referencia y comparaciones con la crianza en la sociedad actual. Las declaraciones de los acusados.
El psicoanalista Luciano Lutereau analizó a partir de las «últimas palabras» de los rugbiers en el juicio por el crimen de Fernando Báez Sosa, la crianza en la sociedad actual. «Culpar a los padres de los rugbiers es algo que no colabora con la situación. Tenemos que plantear una crianza autorreguladora y superadora», afirmó en Modo Fontevecchia, por Net TV y Radio Perfil (FM 101.9).
Es en el siglo XX que se construye el concepto de juventud y de adolescencia. Me resuena ese tema que tiene que ver con llamar «chicos» a adolescentes, y el hecho de que si uno se retrotrae a la sociedad de nuestros bisabuelos, no existía la categoría de joven y adolescente. ¿Se alargó en el siglo XXI la infancia? ¿Estos adolescentes tienen un razonamiento infantil?
Sin dudas, es una puntualización bien concreta la que vos hacés, es la pregunta de fondo. De un tiempo a esta parte lo que venimos corroborando colectivamente es que la adolescencia dejó de ser un tiempo de pasaje hacia la adultez y tendió a volverse prolongada.
Incluso hay autores que hablan de una «tercera adolescencia», que llega a veces hasta los 30 años, y surgen problemas muy específicos como qué pasa con la responsabilización o si se pueden cometer ciertos actos por los cuales después tienen.
Los testimonios de cierre de este juicio son muy impactantes, porque hay una distancia entre quien puede decir «pido mil disculpas» y quien puede decir «me arrepiento», pero también quien dice «quisiera volver el tiempo atrás». El punto en el que hay algo de lo irreversible de un acto que no puede volver atrás. Estamos hablando de cómo se va a seguir, cómo se vive después de esto.
A veces es un argumento de los niños, cuando los chicos para pedirle perdón a los padres dicen «no lo voy a hacer más», es una intención de anular lo ocurrido, un «hagamos de cuenta que esto no ocurrió», o el «te juro», diciendo que algo no va a volver a ocurrir, esperando que eso funcione como cancelación de lo que si ocurrió.
Lo trágico de este episodio es que la pregunta de fondo será qué va a pasar con la sentencia, en la medida en que también la ejemplaridad de una sentencia es poder producir un sujeto responsable, alguien que pueda responder, no solamente por lo que hizo, sino a partir de lo que hizo, que se pueda convertir en sujeto de un acto del que no pueden apropiarse.
Al mismo tiempo, creo que en estos días proliferó la opinión pública quizás un poco apresuradamente, calificaciones con respecto a estos muchachos en el sentido de hablar de psicópatas y perversos, creo que tenemos que ser sumamente cuidadosos, en la medida en que ninguno de nosotros cuenta con los medios para hacer una evaluación de ese tenor.
¿Hay alguna reflexión desde la psicología y la filosofía que usted tenga que hacer sobre este tema de que los cuerpos de los adolescentes ya son de adultos, pero por distintos motivos se prolonga la niñez?
Sí, y eso tiene que ver con un cambio cultural también en los modos de crianza. Digamos, hace 100 años, como decías vos en la reflexión inicial, los padres muchas veces no tuteaban a sus hijos, no los consideraban como niños. Nosotros hoy en día estamos en un modelo de transición fundamentalmente gratificador, donde el niño tiene que ser siempre satisfecho, y es de hecho convergente con el análisis económico.
Sabemos que los publicistas consideran hoy en día que el consumidor promedio es el niño de cinco años, e incluso cuando esa persona tenga 50 años hay que hablarle como a un niño de cinco, porque su deseo va a ser imperativo y va a decir «lo quiero ya».
Claro que eso atenta desde el punto de vista de la constitución física para la construcción del sujeto ético, de alguien que pueda dirimir un conflicto, que pueda encontrarse en una encrucijada respecto de la cual tiene que tomar una posición. A mí me interesa pensar la infantilización del espectador porque en este punto generamos una nueva grieta, y me parece que, como en toda tragedia, no hay ni un lado ni el otro, es la tensión.
Desde ese punto lo vivo no solo como profesional, sino también como padre. Yo hablé mucho con mis hijos en estos días respecto de esta situación, ya que ellos se informan a través de las redes sociales, pueden ver fragmentos, y lo difícil de transmitir nosotros como comunidad, podemos sin dudas sentir el dolor que sienten los padres de Fernando.
Si la cultura nos fue llevando a que no había que generarle rigores a los niños, ¿hay algo en la educación que habría que replantear en este sentido? ¿Cierto grado de adversidad templa el espíritu o son ideas conservadoras?
La idea de Freud es que el narcisismo del niño es una proyección del narcisismo de los padres, entonces la pregunta ahí es qué pasa con el narcisismo de los padres. En una época en la que la satisfacción del niño se volvió una instancia de validación para los padres, un hijo feliz es el que me demuestra que yo fui buen padre.
Entonces, la tintas no recaen sobre el niño y su frustración, sino sobre la necesidad que tiene el adulto de ver al niño siempre gratificado para sentirse un buen padre. Nosotros estamos confundiendo, y por eso creo que también estamos en una instancia de transición, la idea de que al niño hay que darle amor, hay que darle lo que necesita, olvidando que muchas veces lo que damos es una proyección y no es lo que objetiva y realmente un niño necesita.
Esa proyección fue generando que confundiéramos lo que es el sentido concreto de ayudar al crecimiento de lo que es un refuerzo narcisista. El refuerzo narcisista de los hijos en los últimos años está generando sin dudas niños que muchas veces ya tienen la edad de un adolescente pero siguen siendo niños y esperan que responda el otro.
Y cuando tienen que dar explicaciones, lo que dicen es «yo no quise», la intención del discurso funciona en un marco muy concreto, que es el de la intimidad para las personas públicas, como ocurre con un adolescente que cumple la mayoría de edad. Entonces la pregunta es cómo preparamos a los niños y a los jóvenes para que puedan responder por sus actos independientemente de sus intenciones.
Nosotros creemos en la lógica domestica que a veces alcanza con decir «no quise, no fue mi intención» y ahí es donde tenemos un desgarramiento colectivo, que genera este tipo de circunstancias.
Volviendo a la causa originaria, antes de que lleguen a adolescentes, ¿en la educación de los chicos a lo largo del siglo XX hubo una tendencia a la permisividad? ¿Hay capacidades que requieren la confrontación con algún grado de restricción, de limitación y de cierta cuota de dolor? ¿O esto es una mirada conservadora?
Como decía antes, a lo largo de los últimos 50 años del siglo XX, se pasó de un modelo disciplinario de crianza a un modelo gratificador. Hoy nos podemos preguntar si hay que volver a un modelo disciplinario que encontraba las limitaciones en el castigo. Creo que estamos yendo hacia una instancia superadora, cuando hablamos de que lo chicos descubran los límites tienen que descubrir limitaciones en un sentido amplio, no que un otro los limite, porque lo que nos frustra es la realidad.
Cuando vos me preguntabas por la cuota de sufrimiento, tarde o temprano los hijos sufren, el problema es que uno permanezca en un modelo de crianza fuertemente infantil donde, por ejemplo, ante la angustia del niño, el padre se angustie y entonces quiera evitar que el hijo se angustie para no angustiarse él, lo cual es sumamente problemático.
Más que límites y castigos, yo creo que lo que se trata de poner en juego en la crianza actual es la autorregulación, una persona que se autorregula, que es autónoma, no es la que va a vivir de acuerdo con un modelo disciplinario.
El gran problema de esta ausencia prolongada está en la infancia física, que no llega a constituirse del todo, que es el súper yo. En los trastornos narcisistas es muy común que esa ley interna no esté, y por lo tanto se busca la satisfacción inmediata, se toma al otro como un instrumento, se deja de reconocer en el otro a un otro, y se llega, por ejemplo, a una instancia de paliza sin pensar que en el otro hay un otro.
Retomando lo conversado en un principio, uno de los elementos más controversiales del juicio a los rugbiers es cuando los padres de los acusados de asesinar a Fernando Báez Sosa se planteaban el sufrimiento que ellos tenían versus el sufrimiento de los padres del asesinado. ¿Ellos sienten que fueron pésimos padres y están padeciendo el castigo?
Es una pregunta profundísima esa. Creo que en este tiempo de proliferación de opiniones, donde se hicieron todo tipo de diagnósticos apresurados acerca de los rugbiers, también se hicieron muchos juicios anticipados respecto de los padres. Creo que culpar a los padres en este punto es algo que no colabora.
Decir que los padres de los rugbiers fueron malos padres es, lo que se llama en psicoanálisis, una reacción de identificación proyectiva, es decir, «los padres de esos chicos fallaron, yo no tengo nada que ver, estoy del lado de los padres buenos». Pero hay un mundo que muchas veces excede a la crianza de los padres.
Me parece que es muy importante en este momento, independientemente de las personas reales, que como padres pensemos que nuestros hijos pueden estar implicados, por el mundo en el que vivimos y porque nos excede la crianza. Los chicos hoy pasan un tiempo relativo con los padres y, al mismo tiempo, hay un mundo tecnológico que nos excede.
En ese punto me parece que pensar la cuestión con complejidad es hacerlo desde un punto de vista que no vaya ni para un lado ni para el otro, y que piense estructuras de sostén de transmisión de valores, que vuelvan a instalarse como problema colectivo, no solamente de esta instancia particular.
Tenemos que volver a plantear una crianza que se autorreguladora, con una instancia superadora que todavía no estamos encontrando, y esto muestra el avance del mundo capitalista donde los padres son cada vez menos necesarios. El capitalismo no necesita a los padres como agentes de crianza.